Retrato de Eugenia Martínez Vallejo, desnuda y adornada con hojas de vid y racimos de uvas, detalles que la convierten en una alusión a Baco, dios romano del vino.
La niña fue llevada en 1680 a la corte para ser exhibida por sus proporciones extraordinarias. Este hecho, lejos de las actuales connotaciones negativas, debe entenderse dentro del gusto por las rarezas naturales heredado del siglo XVI y todavía imperante en el XVII, momentos en los que bufones y diferentes personajes de entretenimiento convivían en Palacio con el propósito de divertir a reyes e infantes.
Este retrato, a pesar del explícito desnudo, juega con las apariencias y elimina el aspecto monstruoso al disfrazar a la niña, aunque también busca deliberadamente el contraste con su compañero Eugenia Martínez Vallejo, “la Monstrua”, vestida (P646), también conservado en el Museo del Prado.
Las dos obras aparecen registradas juntas en los inventarios reales hasta el inventario de 1701 del Palacio de la Zarzuela. Posteriormente el rey Fernando VII (1784-1833) regaló la desnuda al pintor don Juan Gálvez. En 1871 ésta aparece entre las obras pertenecientes al infante don Sebastián Gabriel de Borbón (1811-1875).