Esta escultura, de gran sutileza, en la que Hebe aparece portando la copa del néctar divino a Zeus es una iconografía menos habitual. Mantiene todas las características del modelo original, en cuanto a esa sensación volátil y ligera, como si no pesara, incrementada por el dinamismo del movimiento de la vestimenta por el viento, y una gracia y armonía general, base de la búsqueda de la belleza ideal, valorando el contorno de la figura, y enfatizando la proporción ideal del cuerpo. Lleva el peinado propio de la moda del primer decenio del siglo XIX, recogido y con rizos que enmarcan el rostro, y porta la jarra y la copa doradas como accesorios independientes. Transmite la flexibilidad de la figura y el sutil equilibrio que le dio Canova en su modelo original, aunque se distancia del maestro en la expresión, el tratamiento de la anatomía y los paños e incluso en la elección del mármol.
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