El gusto por la inclusión de pequeños detalles que se singularizan del conjunto por su exquisitez fue habitual en el bodegón español desde la época de van der Hamen, y estuvo especialmente explotado por artistas como Camprobín, para quien se convirtió casi en una seña de identidad. El uso que hizo de esos recursos se aprecia muy bien en este cuadro, cuyo motivo principal es un recipiente de bronce que contiene un ramo de flores en cuya descripción el artista no ha buscado sólo la precisión descriptiva sino también un efecto cromático brillante y vistoso. Pero no se contenta con representar exclusivamente el floreros, sino que esparce hojas y pétalos por la superficie de madera y coloca un pequeño jarrón de vidrio de boca ancha que contiene agua y una flor, lo que ha permitido al pintor demostrar su capacidad para la reproducción de texturas, materias y brillos.
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