Retrato de busto de Felipe IV (1605-1665), colocado sobre un fondo oscuro, con vestimentas negras y gola blanca, como elemento que ensalza el rostro del Monarca.
Carente de la aparatosidad de otros retratos de los reyes, Velázquez realizó una imagen de gran cercanía, reflejando la condición más humana del Rey, carente de artificios cortesanos. Resalta la minuciosidad del tratamiento de los elementos físicos del rostro y la ejecución sumaria del traje. El retrato muestra la capacidad de Velázquez de captar el cansancio y la melancolía de Felipe IV durante los últimos años del reinado.
Aparece en 1745 en la colección del duque del Arco, incorporándose desde entonces a la Colección Real.
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