Al poco de su muerte se recordaba que Alenza "recorría como Goya los barrios bajos de la Corte, las tabernas, los ventorrillos de las afueras, las casillas del río, observando las fisonomías, trajes, maneras y usos populares para trasladarlos a sus cuadros". A esos suburbios madrileños ha de corresponder la ambientación de este lienzo que se halla entre lo mejor de su producción. Pintado en 1844, en el penúltimo año de su vida, es reprensentativo del mejor momento de su autor y también del cuadro de gabinete del Romanticismo español. Muestra una clara relación con la pintura flamenca y holandesa del siglo XVII, en la que el tema era frecuente. La composición, la definición del humilde interior y ciertos detalles como la presencia del papel en la pared, los barriles, uno de ellos roto, con una jarra de barro sobre su tapa recuerdan a Adriaen Brouwer y también a David Teniers, cuya obra pudo ver el artista en el Museo del Prado y cuya influencia reflejan asimismo otras pinturas del autor, reveladoras de un gusto por lo grotesco que lo aproxima al pintor flamenco. La indigencia del interior es aún mayor que en las escenas de aquellos artistas. La cesta de mimbre con escuálidas verduras, que tal vez aparezca en la escena como mísero pago por la extracción, pues ocupa un lugar similar al de la cesta de huevos habitual en las pinturas flamencas y holandesas que representan el asunto, revela aquella condición paupérrima, también patente en las vestimentas de los personajes. Entre éstos, la postura inclinada del paciente y sus ojos desorbitados parecen mostrar un cierto eco del personaje principal de La muerte de Daoíz en el parque de artillería de Monteleón también de Alenza, aunque se trata de recursos habituales para plasmar la mayor intensidad expresiva. El niño de la izquierda, que parece espulgarse refleja la influencia de Murillo. Este motivo atrajo la atención del pintor, pues una figura similar a la del muchacho aparece en La piojera, grabado realizado por Isidoro Rosell a partir de un dibujo original de Alenza, quien realizó otros dibujos con ese asunto, que le interesó de modo especial, así como algún óleo. En la figura del sacamuelas se ve la preferencia del artista por el canon corto. Empuña para la extracción dentaria unas tenazas que, junto con el martillo que resalta en el suelo, delatan la rudeza de aquella práctica. Ésta se acentúa por la brutal postura del sacamuelas, cuyo cuerpo está totalmente separado de su paciente para ejercer la mayor fuerza, mientras que aparece casi siempre detrás de él o, a veces, ante él pero muy cerca, en todas las pinturas que trataron el motivo en el siglo XVII. El rojo del gorro de este personaje, destaca, como el de la faja del hombre sentado a la derecha, sobre un colorido entonado en ocres y grises y blancos sucios, característico del artista. Además, Alenza se inspiró en Goya, sobre todo en el interés por la iluminación del interior, que procede de la izquierda, donde se ve apenas un breve trozo de paisaje sin detalle alguno; en cambio, es protagonista la pared del fondo, realizada en tonos dorados con una pintura diluida de técnica deshecha que muestra en las ciudadas gradaciones, desde la penumbra a la iluminación en la zona central, un sentido del ambiente muy veraz y una representación fiel de la diversidad de las texturas del muro, en el que pueden apreciarse la obra de ladrillo, el enfoscado, la tablazón claveteada y el pie derecho de madera. La obra pudo haber formado parte del envío de doce cuadros de costumbres a la exposición de 1844 en la Real Academia de San Fernando de Madrid.
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