La actividad artística de Sebastián Herrera Barnuevo (Madrid,1619-Madrid, 1671) se desarrolló en los campos de la arquitectura, la escultura y la pintura, muy influenciado por Alonso Cano, con quien aprendió y colaboró tras la llegada de éste a Madrid en 1638. Si en Cano el dibujo constituyó el fundamento de su práctica artística, no lo es menos en la obra de Herrera Barnuevo, de quien se conserva un buen número de dibujos en los que queda de manifiesto la influencia técnica y la concepción práctica del maestro.Muchos de los dibujos hoy atribuidos a Herrera Barnuevo tienen una estrecha vinculación con proyectos de carácter decorativo, efímeros en ocasiones, cuyo único testimonio visual lo constituyen los propios bocetos, de ahí su valor añadido. En todos ellos queda patente la influencia de Cano, si bien se puede apreciar la evolución estilística hacia conceptos decorativos y arquitectónicos más sobrecargados, propios del Barroco de la segunda mitad del siglo XVII. Si en los proyectos de Cano es posible apreciar una extraordinaria corrección técnica en el uso de la pluma y la aguada, otro tanto ocurre en los dibujos de Herrera Barnuevo, herederos de esa concepción utilitaria del dibujo. En ellos deja constancia de las estructuras arquitectónicas y de los elementos escultóricos decorativos con notable precisión, atendiendo a esa necesidad de plasmar en un proyecto todos los elementos que posteriormente habían de ser llevados a la práctica.Este dibujo ahora adquirido por el Museo del Prado comparte algunas de las características de los diseños de Herrera Barnuevo, con un trazo a pluma muy fino, nervioso y entrecortado en el diseño de las figuras y con una utilización muy singular de las aguadas de colores azules y amarillas. Aspectos formales como los ángeles colocados en el arco, cuyas regordetas anatomías vienen subrayadas por leves toques de pluma y por sutiles aguadas, así como las guirnaldas que cuelgan sobre las pilastras, remiten de forma directa a otros dibujos del artista madrileño. Asimismo, la Alegoría de la Fe que corona el arco fue utilizada por Herrera Barnuevo años después en el Proyecto de baldaquino para la Capilla de San Isidro en la Iglesia de San Andrés (Madrid, Biblioteca Nacional). El dibujo indudablemente constituye un proyecto para una decoración efímera, como indica la inscripción manuscrita en el centro de la hoja "Esto es vestir un arco / tiene 18 palmos". Más abajo, con otra letra diferente, pero también de época, se incluye una poesía de carácter popular sin aparente relación con el valor religioso del dibujo "Diciendo pronto que si /aunque se dilate el trato / no sentire la tardanza / que constase por tu trato".Aunque el estilo gráfico está menos elaborado que en otros dibujos conocidos de Herrera Barnuevo, estas semejanzas formales y estilísticas permiten sugerir su atribución, aunque no con total seguridad. Quizá la diferencia estilística de este dibujo, próximo todavía por su sencillez al estilo de Cano, con los seguros y más complejos de Herrera Barnuevo, pueda deberse a su más temprana fecha. Mientras que la mayor parte de los conocidos se datan a partir de la década de 1640, este dibujo podría fecharse durante la relación profesional con Cano, de ahí su proximidad estilística.Como tantos otros dibujos españoles, la hoja fue recortada y reutilizada, quedando el dorso completamente cubierto de operaciones matemáticas. Para su conservación, se utilizó un segundo soporte que en este caso no es un papel cualquiera, pues se aprovechó una estampa del grabador Pedro de Villafranca, fechada en 1638, con tres modelos de torsos, y que formó parte de una Cartilla de dibujo que el grabador editó en 1639, y cuyo único ejemplar completo de época se conserva en la Colección Rodríguez-Moñino de la Real Academia Española. El dorso de esa estampa tiene además trazados a pluma unas volutas decorativas muy en la línea de las que adornan el arco del dibujo. Es también interesante citar, aunque no sea un dato concluyente, que la estampa de Villafranca se corresponde con las de la primera edición que hizo el grabador, con el mismo papel verjurado lleno de impurezas de trapo, muy diferente al de la segunda edición, ya con las planchas muy deterioradas por oxidación, que se incluyó al final de la traducción que Patricio Caxés hizo de la Regla de las cinco ordenes de architectura de Iacome de Vignola (Madrid: Domingo de Palacio, 1651), y que fue reeditada numerosas veces entre esa fecha y 1760.
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