A principios de nuestro siglo, B. Sauer descubrió que este torso -entonces desfigurado por una restauración barroca- era copia de un original perdido de Mirón: se trataba de la Atenea que, enfrentada a una figura de Marsias, se elevaba junto a la esquina noroeste del Partenón. El grupo, conocido a través de copias escultóricas y de pinturas sobre vasijas, no representaba exactamente a "Atenea golpeando al sileno Marsias porque había recogido las flautas que la diosa quería arrojar lejos", como dice Pausanias (I, 24,1): más sencillamente, la diosa aparecía lanzando al suelo las flautas, tras descubrir que al tañer se le deformaban las mejillas, y Marsias expresaba su asombro dando un salto hacia atrás.
La composición del conjunto, que formaba un gran "V" con el vértice en las flautas, imprimía en cada figura un cierto desequilibrio interno: así se afirmaba, con un hallazgo muy propio de su genial autor, la idea de lo instantáneo y de la captación del movimiento. En el trasfondo quedaba el verdadero sentido de la obra: un recuerdo de ciertos enfrentamientos entre Atenas y la ciudad de Tebas.
Resulta muy interesante comparar esta Atenea mironiana con las realizadas por Fidias: aquí se evidencia el gusto, aún propio del Estilo Severo, por las formas esbeltas, casi sin curvas; la diosa aparece delgada, muy joven, vestida con un peplo de gruesa lana que delimita pliegues lineales, superficiales planas y un discreto sombreado. En cuanto a la cabeza que contemplamos, digna en su altivez, cabe recordar que no pertenece a nuestra escultura: es un vaciado actual de la copia conservada en el Museo de Francfort. Al colocarlo en su lugar, se ha podido comprobar que encaja exactamente, lo que parece indicar que ambas copias -la de Francfort y la de Madrid- fueron realizadas por un mismo taller, donde se tallaban aparte, y en serie, los cuerpos y las cabezas.
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