El presente retrato fue realizado en el momento de plena madurez artística de Carlos Luis de Ribera, pocos años después de haber sido nombrado pintor de cámara y al tiempo de recibir el encargo de la decoración del Congreso de los Diputados.Realiza en este caso un retrato familiar, de una madre y su hijo, en un formato ovalado que asoció en más ocasiones a este tipo de efigies, como ya haría su maestro Paul Delaroche. Presenta a la madre en una posición prácticamente frontal, contrastando con el difícil contraposto infantil. Sin embargo el cuerpo del niño permanece inscrito dentro de los límites de la silueta materna, que lo sostiene con actitud serena, resaltando así la lechosa carnación del bebé contra el vestido negro. La elegancia muy medida del color se evidencia en los contrastes entre rojos y negros y los breves toques dorados. Estos corresponden en parte a las joyas, ricas aunque sencillas, como sucede con las telas, cuyas calidades se complace en traducir el pintor, mostrando una posición acomodada pero sin ostentación. Toda la obra es, por tanto, un contínuo juego de contrastes equilibrados con mucha habilidad.