La Muerte, con su reloj de arena y lanza rota, lleva del brazo a una anciana que quiere arrastrar consigo a una joven, en la plenitud de su belleza. En el suelo un bebé dormido y junto a él una lechuza. Un paisaje desolado y angustioso sirve de siniestro escenario. En el cielo aparece Cristo y una cruz en el Sol.
Esta tabla y su compañera La Armonía, o Las tres Gracias (P2219), pertenecen a la última etapa del artista. Describen entre ambas una compleja pero evidente alegoría moralizante que alude a la fragilidad de la existencia humana en general y a la destrucción de la belleza en particular. En ésta se impone un tenebroso expresionismo germánico que tiende a conmover al espectador a modo de vanitas, o recuerdo de la brevedad de la vida.
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