Desnudo femenino de intensa sensualidad que muestra a la figura como una perla encerrada en su joyero, el mar, aludiendo quizás al nacimiento de Venus.
Presentada en el Salón de París de 1863, esta obra fue uno de los desnudos femeninos más apreciados en el París del II Imperio, a pesar de las fuertes críticas que sufrió por su exultante erotismo. Fue adquirido por la emperatriz Eugenia de Montijo y posteriormente ingresó en el Museo del Prado como parte del legado de Ramón de Errazu.