A Federico de Madrazo se deben, sin duda, los mejores retratos oficiales de la reina Isabel II, a la que supo ennoblecer su fisonomía con la delicadeza y el adorno de una riquísima indumentaria, prolijamente descrita y resuelta con calidad exquisita. A estos recursos decorativos añade el autor la dulcificación de los rasgos y la distinción de la pose, a lo que había que sumar la humanidad que desprendía la imagen casi adolescente de la Reina, de mirada limpia y serena.
Sobre un fondo de pilastras, mármoles y cariátides, se presenta a la Soberana en tono áulico, potenciando su dignidad real con los atributos del ejercicio regio, cetro en mano, orbe y corona junto a ella, flanqueada por la columna que habla de su rectitud y firmeza de carácter y amparada por el dosel del trono, al que preceden los leones de Matteo Bonarelli, algunos de cuyos hermanos se conservan en el Museo del Prado.