El cuadro es buen ejemplo de la tendencia a la complicación decorativa que vivió la pintura valenciana de flores a medida que avanzaba el siglo XIX. Su autor, que fue director de la Sala de Flores de la Academia de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, convierte en elemento central de la composición un fragmento decorativo escultórico en el que se describe a una divinidad femenina. El carácter alegórico del conjunto está subrayado por la banda azul y blanca que lo adorna, y por las flores organizadas como una corona.
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