La historia del anciano que intenta seducir a una criada fue habitual en la literatura y el arte flamenco, como representación del amor senil y como crítica a actitudes inapropiadas a la vejez.
Teniers, que ilustró el tema en diversas ocasiones, sitúa en este caso el argumento en un establo, donde la joven atendía a sus labores cuando es abordada por el viejo. En la parte izquierda, la representación de innumerables cacharros y frutas, es un ejemplo de la capacidad de Teniers para la naturaleza muerta.
El fuerte colorido empleado en los objetos y telas y la utilización contundente de la luz, que inunda el primer plano, diferencian la obra de sus primeras escenas de interior. Aunque sigue utilizando recursos tradicionales, como la figura que observa por la ventana, que en este caso parece denunciar la actitud inapropiada del decrépito seductor.
La obra está documentada en 1794 en el Palacio Real de Madrid, pudiendo coincidir con la pintura del mismo tema que había sido propiedad del marqués de la Ensenada, parte de cuya colección pasó a Carlos III.