Junto a la emotividad religiosa y el perfecto tratamiento de la anatomía, lo más atractivo de la composición es el paisaje, que reproduce la vista que se contempla desde la casa de Barocci en la via San Giovanni de Urbino. En primer término a la derecha aparece el Convento de Santa Catalina y el Palacio Ducal, a cuyos pies se extiende el “Mercatale”, limitado a su derecha por la Ermita de San Rocco. En un plano intermedio se distingue el pueblo de Valbona con el Palazzo Palma, y más allá, se extiende un frondoso paisaje. Al fondo se alzan el Catria, el Petrano y el Nerone, montes que marcaban los límites geográficos del ducado de Urbino.
Fue encargado por Francisco María II della Rovere, duque de Urbino, quien lo legó a Felipe IV en 1628.