La pintura ilustra el momento en que Simón Cireneo fue obligado a llevar la Cruz de Cristo camino del Gólgota (Mateo 27, 32; Marcos 15, 21). La obra posee gran sentido narrativo y, pese a su dramatismo, transcurre al margen del espectador, ausente del intercambio de miradas entre Cristo y el Cireneo.
Destinada al oratorio privado de Felipe II en El Escorial, ingresó en el Museo del Prado en 1845.
Firmada en la piedra, donde descansa la mano de Cristo.