Cristo abandona la Cruz por un instante para fundirse en un abrazo con San Bernardo, fundador de la Orden Cisterciense. La escena está inspirada en una visión mística del santo, reflejada en uno de los libros de devoción más populares del periodo Barroco como era el Flos Sanctorum, o Libro de la vida de los Santos, de Pedro de Ribadeneyra, publicado en 1599.
Ribalta reduce al máximo el colorido para hacer una escena casi monocromática. La luz procedente de la izquierda hace que resalte el blanco del hábito y la anatomía de Cristo, dando lugar a infinidad de tonos de marfil que provocan un aspecto casi escultórico. El efecto de claroscuro muestra la influencia de Caravaggio en la obra de Ribalta, quien también parece inspirarse en imágenes de Sebastiano del Piombo para la poderosa figura de Cristo.
Esta obra es una de las más hermosas de la pintura española del Barroco y da una perfecta idea de la mentalidad profundamente religiosa imperante en la época. Es probable que se trate de la pintura de idéntico tema que a finales del siglo XVIII se documenta en la Cartuja de Porta Coeli en Valencia.
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