Los cincuentines, grandes piezas de plata de valor de cincuenta reales, se acuñaron desde Felipe III a Carlos II, en un momento de gran inflación monetaria, en la Casa de Moneda o Ingenio de Segovia, a excepción de uno de Pamplona fechado en 1652. Su finalidad era servir de obsequio y su acuñación precisaba ser directamente ordenada por el Rey o con su expreso permiso en el caso de que excepcionalmente fueran encargados por particulares que aportaban su propia plata. La realización de estas magníficas piezas fue posible gracias a la prensa de rodillos o de molino, nuevo sistema de acuñación mecánica traído desde Alemania por Felipe II. Su tipología monetaria es la misma que la iniciada por Felipe II en 1566. El anverso recoge un scudo grande coronado con las armas de los territorios del imperio y el reverso una simple cruz equilateral, que se diferencia de la cruz de Jerusalén empleada en las piezas de cien escudos o centenes. Las leyendas latinas recuerdan los vastos dominios de la Corona de España y el carácter divino de la misma. (...) En tiempo de Felipe IV se fabricaron muchos cincuentines, datados en 1626, 1628, 1632, 1635, 1636, 1651, 1652 y 1659. El cincuentín de Carlos II es de 1682. Esteban de Pedrera, hijo del primer Andrés de la Pedrera (A R), fue el primer ensayador con título del Ingenio después de Castillo. Comenzó a trabajar en la nueva ceca segoviana en 1616, acuñó moneda entre 1616 y 1622 y firmó también los cincuentines de 1626 y 1628. Murió en 1632. En 1626 parece que el Marqués de Eliche, Gaspar de Guzmán y Pimentel, que ostentaba el título desde 1624, obtuvo licencia para ejecutar la extrordinaria cantidad de trescientos ejemplares, entregando para ello dos mil cuatrocientos ochenta reales en moneda de diferentes valores.