Antinoo tuvo una breve existencia y dejó escasa huella en los textos antiguos. Nacido en Bitinia (Asia Menor) hacia 110 d.C., fue incorporado al séquito de Adriano (117-138) a los trece años de edad y en el permaneció hasta su muerte en el Nilo en el año 130.
Adriano le divinizó, instituyendo culto a su persona y dedicándole algunos templos. Fruto de esta divinización, la imagen de Antínoo se difundió en monedas y dio lugar a un magnífico conjunto de efigies de mármol que se instalaron en Roma y en la parte oriental del Imperio. En ellas aparecía el joven idealizado, convertido en el último gran dios del paganismo griego, y en ocasiones portando los atributos de Apolo, Dioniso, Osiris o alguna otra deidad. A la estética tradicional del clasicismo helénico, la cabeza inclinada y los ojos en sombra aportaban matices psicológicos nuevos.
Aunque hoy se conservan más de ochenta efigies de Antínoo en escultura y relieve, los bustos conocidos son ocho -todos ellos hallados en Italia, Grecia y Líbano-, y el más parecido al del Prado es el del Museo Nacional de Atenas, hallado en Patras: como el del Prado, muestra el amplio busto que se pone de moda a fines del reinado de Adriano, pero lleva marcadas las pupilas, lo que le da un carácter algo más realista.
Procede de la colección de Cristina de Suecia, pasó a la coleción Odescalchi y de ahí a la colección de Felipe V e Isabel de Farnesio (Palacio de La Granja de San Idefonso).
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