La pintura de flores se convirtió pronto en un subgénero de la naturaleza muerta en el que se especializaron varios artistas españoles. Hiepes lo cultivó con asiduidad a lo largo de toda su carrera, y se especializó en floreros como éste y su pareja (P7912), que no se parecen a los de ningún otro pintor español. Son obras de tamaño muy notable, en las que prima la monumentalidad y la simetría y en las que, en vez de buscar un efecto de conjunto, el artista ha tratado que cada una de las flores tenga una presencia muy precisa, lo que convierte cada uno de estos cuadros en un muestrario de especies vegetales. Como es habitual en sus obras, juega con el contraste entre la belleza natural y la de los objetos manufacturados, haciendo que el recipiente que contiene tal despliegue floral sea un sofisticado jarrón de porcelana con apliques de bronce, adornado con una profusa decoración figurativa.