Exquisito ejercicio del natural, extremadamente realista, de un tronco viejo situado en un pequeño claro de un bosque.
Presentada en la Exposición Universal de París de 1889, esta obra impresiona por sus calidades, a través de las cuales casi podemos vislumbrar el rostro y la psicología de un personaje en el que la luz cobra el protagonismo principal.
Se ha identificado este gusto por el natural con la atracción del artista por la obra de Meissonier y Menzel. Sin ningún afán comercial, este tipo de trabajos fueron hechos por Jiménez Aranda para su propio disfrute utilizándolos posteriormente, en alguna ocasión, como fondos de paisaje de cuadros más importantes.
Esta obra fue adquirida con destino al desaparecido Museo de Arte Moderno por Real Orden de 1903.