La poetisa Carolina Coronado, retratada en esta obra, nació en Almendralejo, Badajoz, en 1820. Recibió una educación liberal, basada en el estudio de idiomas, música y canto, fuera del alcance de la mayoría de las mujeres de su época. Desarrolló una exquisita sensibilidad desde muy temprano, mostrando muy joven sus dotes para la poesía, siendo presentada su obra a nivel nacional cuando tan solo contaba con dieciocho años. Abanderada de los ideales liberales y románticos, preconizó la dignidad y el derecho femenino a la instrucción. Admirada por la corte y la intelectualidad, instituyó a su llegada a Madrid un cenáculo literario y musical, al que acudiría lo más granado de la sociedad del momento, atraídos por su personalidad y por la de su marido, el diplomático norteamericano Horacio Perry Spragne. Participó del tópico romántico del poeta de frágil salud, sufriendo de forma crónica una severa catalepsia. Federico de Madrazo la retrata centrándose en la fuerza del formato de busto, y en la expresión del rostro, que trasluce la profundidad del alma herida de una persona de gran sensibilidad, traspasada por la desgracia de la perdida de su hijo primogénito en fechas próximas a la ejecución del cuadro. El pintor dispone el cuerpo de su modelo girado, prácticamente de perfil, pero manteniendo la cabeza casi en visión frontal. La iluminación del rostro níveo viene acentuado por el uso de la mantilla negra de encaje que rodea la cabeza, lo que conduce la mirada del observador directamente hacia la calidez castaña de los ojos melancólicos de la escritora. En el empleo de una sobria paleta puede detectarse sin dificultad la más pura tradición del retrato barroco español.
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