Una vieja usurera, de rostro surcado por las arrugas, ropas harapientas, mirada airada y gesto desconfiado, sostiene una balanza presumiblemente para pesar oro, en una representación que a veces se ha querido ver como alegoría de la avaricia.
A pesar de que en la década de los años 30 del siglo XVII Ribera dirigió su técnica a un estilo más próximo a los venecianos y boloñeses, este cuadro afirma la continua relación que el artista mantuvo con el naturalismo de Caravaggio. Éste se hace especialmente evidente en el tratamiento de la balanza y de la figura de la anciana, aportando como novedad a las obras juveniles la rapidez e intensidad del trazo.