Los años italianos formaron parte, para el matrimonio Sorolla, de un tiempo estrechamente unido al inicio de su relación afectiva y a las primeras dificultades que enfrentaron juntos. Todavía en 1915, casi treinta años después de su marcha, Sorolla anotaba en una carta a su esposa que había "mandado poner un marquito a la Virgen que me regalaste cuando abandoné España para mi pensión en Roma, creo [que le] hace bien y [resulta] menos fácil [que] desaparezca eso que toda la vida vive junto a mi". Este lienzo de Santa en oración, a veces llamado sugestivamente Santa italiana por la evidente conexión con aquellos años, debió pertenecer a ese ámbito de recuerdos compartidos por el matrimonio. Así se explica que la pareja lo conservara en un lugar privilegiado de su casa como dejan ver muchas de las fotografías de los diferentes estudios y viviendas del artista. Así en 1906, cuando Sorolla pintó a Clotilde con traje negro, no sólo aparece en la fotografía en la que el artista dibuja a su esposa en el lienzo, sino que en el propio retrato sirve a Sorolla, desde un significativo lugar, como fondo del rostro de Clotilde.En efecto, la estética de la obra parece destilada de la poderosa pulsión por lo medieval a la que Sorolla dio rienda suelta durante los meses que, tras el estrepitoso fracaso de su ejercicio de pensionado, El entierro de Cristo, permaneció con su esposa en la pequeña localidad italiana de Asís. Allí el pintor valenciano llevó a cabo numerosas copias de pinturas antiguas que delatan ese interés, paralelo por cierto al que por entonces sintiera el escritor Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), quien también dedicó algunas de sus primeras páginas a relatos medievales, y con el que años después Sorolla estrecharía sus lazos de amistad y compartiría ya conscientemente sus intereses estéticos más maduros. Ambos participaban así, a mediados de los ochenta, de una moda que cundió por Europa con cierto éxito y que no sólo recuperaría para el repertorio del eclecticismo arquitectónico elementos medievales, sino que en la pintura de ese tiempo comenzó a rebrotar un sentimiento gótico anterior al simbolismo wagneriano. Esta estética abordó en su juventud a los intelectuales y artistas de la generación de Sorolla y Blasco, sin que llegaran finalmente a implicarse en ella del todo ninguno de los dos. De esa moda participaron artistas tan influyentes como el propio Domenico Morelli (1823-1901), en contacto con Sorolla, y se deja notar en el empleo del dorado en los fondos de los cuadros y en la búsqueda de imágenes místicas de iconografía religiosa indefinida, que prestan mucho más desarrollo a la descripción ambiental que a trasmitir una imagen concreta de piedad. El propio Sorolla insistiría por este camino en una obra tan atractiva como La Oración, en la que representa a una muchacha postrada en un reclinatorio, en el interior de una iglesia, en un ambiente extraordinariamente parecido al que puede apreciarse en esta Santa en oración, con la que además ofrece cierta similitud en su perfil.En ese sentido, la obra del Museo del Prado fue realizada por Sorolla con un tratamiento muy detallado del fondo, hasta concederle un protagonismo que ocupa casi la totalidad de la superficie del lienzo. La figura de la joven santa, menuda y delicada, se coloca delante del suntuoso fondo dorado de decoración geométrica. Sorolla debió emplear algunas plantillas para llevar a cabo varias de las decoraciones, especialmente los recuadros pequeños de la superficie de la pared, y en los círculos dorados del vestido, pero imitó el efecto de esa técnica, a pincel, en otros casos. Resulta muy atractivo el juego que establece entre las diferentes formas circulares, como el nimbo dorado, el círculo rodeado de una cenefa de decoración vegetal y animal y los pequeños círculos del vestido, todos ellos inspirados en modelos decorativos típicamente característicos de la Alta Edad Media. Ese juego geométrico resulta equilibrado con la figura, pues Sorolla no dudó en reconvertir la retícula decorativa del extremo lateral derecho en una franja negra que baja dos tercios de la longitud total de la obra, aligerando el resultado. Pero a pesar de la presencia plana del oro, Sorolla supo incorporar a la pieza algunos elementos de mucha mayor plasticidad, como las telas blancas del vestido de la Santa, que en el cuello y en la capucha recuerdan los modos de Emilio Sala (1850-1910), o la franqueza realista con la que están descritos los lirios que la santa sostiene en su regazo. A pesar de que posee algunos pequeños distintivos que tratan de individualizarla, como la pequeña cruz de su pecho -que permite descartar definitivamente la identidad de la figura con la de la Virgen-, o el libro entreabierto que sostiene con la mano derecha, no es posible establecer una identificación convincente a través de signos parlantes de la santa que represente la obra. Sin embargo, es especialmente sugerente, sólo por obvios motivos sentimentales, que pudiera aludir a la propia Santa Clotilde, cuya vida entre el siglo V y el VI coincidiría con las alusiones a la suntuosa decoración cortesana del lienzo -nació en la corte del rey Chilperico, su padre y casó con Clodoveo, rey de Francia, al que convirtió al Cristianismo-, y de la que San Gregorio de Tours destacó sus largas y fervorosas meditaciones y recordó que su pueblo la tenía más por una religiosa que por una reina.Fue adquirido por el Estado el 20-I-1993 a Encarnación Ramos Bermejo con destino al Museo Nacional del Prado.