Dentro de la historia del retrato español, esta obra es muy interesante por la peculiar manera de resolver en ella la inclusión de las efigies de Antonio de Contreras y su mujer, donantes de la pintura. En lugar de participar del mismo espacio que la representación sagrada, como fue habitual desde la Edad Media, se incorporan al mismo mediante retratos con sus respectivos marcos. Esta fórmula describe una cultura figurativa para la que el retrato se había convertido ya en objeto frecuente y cotidiano.
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