Ataviado a la moda del reinado de Felipe III, el desconocido caballero sostiene con su mano enguantada la abotonadura de su negro traje. El cinto para la espada subraya la condición de caballero del personaje.
Aunque la capacidad de retratista de Maíno fue muy alabada por sus contemporáneos esta pintura es el único ejemplo seguro que nos ha llegado, siendo, además, una de las pocas obras firmadas.
Destaca la técnica, de pincelada concisa y prieta. La influencia de la pintura minuciosa y realista de Caravaggio se hace evidente en esta obra, tomando de él también la utilización de una luz dirigida que resalta el rostro. Igualmente el retrato sigue la pauta de los realizados por El Greco en fechas muy cercanas, igualmente intensos en la caracterización psicológica del retratado.
Perteneció al infante don Sebastián Gabriel (1811-1875), biznieto de Carlos III.