Los relieves en mármol, incrustrados en los muros, constituían un signo de lujo en la decoración pompeyana. El ciclo dionisíaco tenía particular aceptación en jardines y triclinios, según el principio estóico del decorum o conveniencia, tan importante en la estética romana.
Pese a su carácter imitativo y a su producción casi industrial, estas placas alcanzan una asombrosa calidad artística, y permiten a sus autores contrastar los cuerpos musculosos de los sátiros y las formas suaves de las ménades. Ellos tocan la doble flauta y juegan al kottabos, haciendo bascular las copas sobre sus brazos y arrojando lejos el vino. Ellos, en cambio, bailan frenéticamente con los movimientos convulsivos de la posesión mística, a la vez que empuñan tirsos o golpean el tímpano. Su danza colectiva funde al tiaso o cortejo dionisíaco con las fieras y la naturaleza salvaje.
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