Pío VII ocupó el pontificado durante los años de dominación francesa de la península Itálica. Sus relaciones con Napoleón fueron complejas y, como defensor de la cristiandad y aliado de los países católicos que se oponían a la expansión del autoproclamado emperador francés, tuvo que ocuparse casi exclusivamente de asuntos políticos.
Antonio Solá trabajó el busto en 1815, cuando Pío VII tenía setenta y tres años. Consta documentalmente que en el año 1817 lo envió a Fernando VII, junto con una Ceres en mármol, para ganarse el favor del rey, solicitando una pensión que, de momento no le fue concedida.
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