Una de las cosas que distinguen el catálogo de Tomás Hiepes, es su versatilidad temática y la variedad de soluciones formales a través de las cuales explotó las posibilidades del género del bodegón. Prueba de ello es este cuadro, en el que recurrió a uno de los temas más frecuentes de los inicios de la pintura de naturaleza muerta en España: las uvas. Pero en vez de representar los racimos aislados o en un interior, los muestra en el campo, colgados de la vid a la que pertenecen. La maestría con la que están pintadas las uvas, y la jugosidad que transmiten, corroboran los elogios que dedicó en el siglo XVIII Marcos Antonio de Orellana a “un canasto lleno de uvas, cuyos granos diáfanos, y transparentes, con sus pámpanos, pudieran engañar a las aves”. En esta obra, Hiepes ha abandonado la pincelada minuciosa y precisa de sus cuadros más tempranos, y ha utilizado una factura más suelta y rápida, propia de etapas más avanzadas.