No cabe duda de que nos hallamos ante una obra muy famosa en época romana -de ella nos han llegado cuarenta y cinco copias-, pero nos resulta imposible identificarla entre las mencionadas por los escritores antiguos. En estas circunstancias, ignoramos incluso la identificación original del personaje -acaso un efebo para adornar una palestra, o una imagen de Jacinto, el héroe amado por Apolo y muerto involuntariamente por él mientras lanzaba el disco-, y lo único que podemos afirmar es que ciertas copias pudieron servir como adornos funerarios y que otras, al presentar una manzana en la mano del joven, revelan su identificación como Paris. Por lo que se refiere al estilo, es indudable su vinculación con Policleto, y en concreto con el llamado Efebo de Westmacott. Sin embargo, la expresividad de toda la figura, esa languidez que invitó a un anónimo erudito a identificar al joven como "Narciso contemplando su figura reflejada en las aguas", nos habla de un calado psicológico que nunca alcanzó el maestro de Argos. Incluso se podría pensar, como algunos estudiosos, en una creación clasicista helenística basada en el prestigioso estilo del siglo V a.C. Sin embargo, parece que la solución más satisfactoria, hoy por hoy, apunta a los numerosos y mal conocidos discípulos directos de Policleto, capaces de seguir sus enseñanzas y de fundirlas con matices innovadores: serían ellos quienes llevasen al Peloponeso la expresión corporal, más que facial, del carácter (ethos) y del sentimiento momentáneo (pathos), elementos que venían analizando los artistas atenienses desde varias décadas atrás.
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