De medio cuerpo, en actitud pensativa y melancólica, María Magdalena apoya su cabeza sobre una calavera, como símbolo de la brevedad de la vida terrena. En primer término aparece un bote de ungüentos, su atributo característico. De acuerdo con la iconografía tradicional, viste sayal de esparto entrelazado directamente sobre su piel y luce una larga melena suelta.
La representación de la Magdalena alcanzó un gran éxito en el siglo XVII por ser ejemplo del arrepentimiento del pecado y además por las posibilidades del tema para plasmar un cuerpo hermoso.
Fechable a comienzos de la segunda etapa de Ribera, todavía presenta un aire tenebrista, aunque la luz ya es más dorada y produce intensos brillos en la cabellera de la santa y en el bote metálico.
En 1666 se localiza ya en el Alcázar de Madrid.