María, representada en pie y de más medio cuerpo, sostiene a su hijo en los brazos, junto a un arco de tracería gótica y ante un fondo de paisaje.
El Niño juega con las cuentas del rosario de coral que luce su madre, pero no la mira a ella sino al espectador. Este detalle, junto al rostro pensativo de María y las flores del jarrón, aluden a la futura Pasión de Cristo, de la que el cuadro es una premonición.
Aunque sus características nos remiten al estilo de Gérard David algunos aspectos de esta pintura son ajenos a él, como el marco en trompe l'oeil con tracerías o el paisaje que se asocian en las obras de Simon Bening. Perteneció a Felipe II, quien en 1577 lo envió a El Escorial.
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