El cuadro, de sorprendente calidad, en el que el artista denota una excepcional energía y una admirable exquisitez de tratamiento, en la línea de las mejores creaciones del retrato internacional europeo del último tercio del siglo XVIII.El personaje retratado fue caballero de la Orden de Santiago, según se advierte por la cruz que luce sobre la casaca y la venera prendida en la cenefa que bordea la misma. Con precisión en el dibujo, cromatismo bien diversificado y hondura psicológica en la expresión, el autor le muestra en pie, ante una mesa de trabajo, sobre la que se observan una escribanía con dos plumas y varios libros. El fondo de arquitectura y el gran cortinaje contribuyen a dar ambientación a la efigie. Maella avanza aquí en un antecedente de lo que será el retrato burgués decimonónico, ofreciendo un equilibrio entre la representación pública del retratado y su personalidad íntima.
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