Tras una segura estancia en Roma y una más que probable en Parma para estudiar a Correggio, Barocci volvió a Urbino en 1567. Cuando pintó esta obra para Francesco Maria II della Rovere, duque de Urbino, poseía un estilo muy personal que aunaba el colorido veneciano con lo que se ha denominado un “naturalismo místico”. Barocci daba lo mejor de sí en pequeñas composiciones como ésta, donde su tendencia a la afectación era compensada por una gran sensibilidad en el manejo de las luces, capaces de crear por sí solas una atmósfera poética.
El duque de Urbino regaló en 1605 esta pintura a Margarita de Austria, esposa de Felipe III.
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