Tintoretto practicó el retrato desde sus inicios y fue este género el que le permitió hacerse un hueco en el competitivo panorama pictórico veneciano. Frente al elegante distanciamiento de Tiziano, Tintoretto rara vez idealiza a sus modelos, mostrándolos con los atributos propios de su rango social pero sin disimular las arrugas que surcan sus rostros.
Durante cuatro décadas Tintoretto se mantuvo fiel a unos pocos modelos y fórmulas. Uno de los rasgos distintivos de su técnica como retratista es la importancia concedida al rostro, moldeado con brillantes golpes de luz que lo destaca del fondo oscuro.
Es el mejor de los retratos de Tintoretto que conserva el Museo del Prado, y uno de los más destacados de su autor. Probablemente sea uno de los que, según Palomino, Velázquez adquirió en Venecia durante su segundo viaje a Italia.