El motivo elegido permite al pintor representar en un paisaje ficticio una gran variedad de desnudos en diferentes actitudes. La figura de Diana aparece sobre una túnica azul con estrellas, alusivas a la Noche, y una corona de perlas con una luna en cuarto menguante, que simboliza a Selene, una de las advocaciones de Diana. Un ciervo, animal que le estaba consagrado, y dos perros junto a un carcaj con flechas, indican su condición de diosa a la caza. En la pintura moderna fue muy frecuente su representación en el baño, rodeada de sus ninfas doncellas, todas ellas desnudas, protegidas por la espesura del bosque. Pintada por Reigón durante su estancia como pensionado en Roma, las diferentes figuras atestiguan una inspiración ecléctica, tanto la en la estatuaria antigua como en los clasicistas italianos del siglo XVII, en Tiziano y en Rubens.
La apariencia y la viveza del colorido están relacionadas con la formación miniaturista (de la que el Prado conserva una obra) de Reigón que, por otra parte, le llevó a una mayor atención a las figuras, tratadas con delicadeza, en detrimento del paisaje, que resulta convencional y de factura apresurada.