Un genio mancebo, simbolizando la Virtud, sentado al pie de un roble y coronado de laurel, mira al cielo ofreciendo su corona obtenida tras la victoria sobre el Amor Mundano. Éste, vencido y despojado de sus armas, que yacen en el suelo, permanece atado a un árbol.
Madrazo realizó la pintura durante su estancia en Roma, influido por un tema con claros antecedentes en la pintura del Renacimiento y el Clasicismo boloñés del siglo XVII. En la misma línea estética, el tratamiento pictórico está en relación con el lenguaje neoclásico de Mengs, volviendo así a la manera de su primera formación juvenil, en la que son característicos el rigor escultórico, la suavidad del tratamiento de las figuras, la delicadeza del modelado y los ligeros esfumados de los volúmenes. La técnica minuciosa y descriptiva con que aborda los elementos representados, dan asimismo idea de las cualidades como pintor alcanzadas por Madrazo cuando realizó esta pintura.
En 1828 ya aparece en el inventario de las pinturas de Fernando VII que conformaban el incipiente Museo del Prado.