Figura entronizada de la Virgen, que sostiene al Niño sobre su muslo izquierdo y apoya sus pies sobre el derecho. Su cabeza está cubierta por un velo -con un apéndice sobre la frente, tal vez rastro de una corona perdida-, que deja al descubierto algo del cabello rizado. Viste túnica y manto sujeto por un fiador sobre el pecho y ambos caen en pliegues paralelos que se quiebran entre las piernas, asomando en el bajo los pies calzados. El reverso se cubre con una tabla, añadida con posterioridad para proteger la oqueda del interior, que se deduce de su poco peso. Aprieta una manzana con la mano derecha y sujeta a su Hijo con la izquierda a la altura del codo. El Niño tiene peinado a flequillo con dos grandes bucles a los lados y viste de forma similar a la Virgen, aunque deja ver los pies desnudos. Bendice con la derecha y con la izquierda apoya contra su cuerpo un libro cerrado.
Se trata de un modelo de Virgen con Niño habitual en el Románico y Gótico pero no exento de interés iconográfico. El tipo tiene su origen en Bizancio. Diversos especialistas han vertebrado una evolución de la imagen durante la Baja Edad Media desde la primera mitad del siglo XIII, cuando comienza a abandonar su aire rígido y la ausencia de relación entre el Niño y la Madre para avanzar en la humanización a partir del siglo XIV. La talla representa un estadio intermedio entre la frontalidad y hieratismo de las más antiguas y las que presentan ya a Jesús en pie, trepando hacia el rostro de la Virgen. Propio de este momento intermedio es la posición del Niño, sentado en una pierna de la Madre mientras extiende sus pies hacia la otra.
Probablemente es una imagen castellana aunque por la forma de los rasgos del rostro de la Virgen podría sospecharse que su artífice hubiera visto ejemplares franceses.
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