La obra es la más importante entre las que el artista realizó en Roma donde estuvo con pensión extraordinaria entre 1853 y 1858. El pintor la estudió con cuidado, según muestra el boceto preparatorio que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Murcia. En él se manifiesta la dependencia del asunto respecto del motivo clásico de la Juventud o Hercules entre la Virtud y el Vicio, sustituyéndose la habitual alegoría femenina de aquélla por la figura de Sócrates. El asunto, por otra parte, había sido frecuente en el Neoclasicismo, pues mostraba el valor del ejemplo moral de un filósofo de la Antigüedad. Hernández Amores lo interpretó según la moda neogriega, a la manera de estilo que, iniciado por algunas obras de Ingres, tendría en Boulanger y Gérôme a sus máximos exponentes durante el Segundo Imperio.
Por una parte su contención es patente en el equilibrió de la composición, el orden de planos paralelos al espectador, la corrección del dibujo y la suavidad, algo mortecina del colorido. Por otra, la fidelidad casi arqueológica al pasado en tipos y detalles, que celebraron los críticos españoles, era un aspecto primordial en esta pintura. También tratan de ser veraces los detalles del mobiliario y de la ornamentación como el Eros de inspiración praxitélica o la enócoe de figuras rojas sobre el velador para servir el vino en la copa de bronce que sujeta Alcibíades y que alude al otro vicio que suscita la reconvención de Sócrates. El interior no es el de una casa griega, sino más bien romana antigua, como las que el propio artista había podido ver en Pompeya, si bien los motivos de grecas y palmetas y el orden dórico del patio hacen también referencia, en un sentido amplio, al mundo helénico.
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