De acuerdo con La leyenda dorada de Jacobo de Vorágine, las lámparas que cuelgan los devotos junto al sepulcro del santo se encienden solas. El pintor representa sólo una lámpara, encendida milagrosamente por el rayo de luz que desde la ventana llega hasta ella, convertido en elemento principal de la narración.
Procede del Museo de la Trinidad, 1872.
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