Figura de bulto redondo que representa a Santa Inés en posición frontal sobre pedestal. Tiene pelo rizado que se recoge en un moño sostenido por rodetes. El cuello se adorna con un collar de cuentas que simulan ser de materiales preciosos. Viste saya a la moda de la época de Felipe III, con la delantera en forma triangular con pico prolongado debajo de la cintura, rematado en los hombros por volantes rígidos sobresalientes. El manto se sujeta sobre un hombro, cubre el brazo izquierdo y da la vuelta por detrás asomando por la derecha a la altura de la cadera. La mano derecha sostenía la palma del martirio, hoy casi desaparecida y con la izquierda agarra un corderillo. Es peculiar en esta talla sus ropas a la moda del momento, incluido el peinado con copete encima de la frente.
La imagen se encuadra dentro del círculo del famoso escultor Pablo de Rojas (1549-1611), pero si fuera algo posterior a su muerte podría atribuirse al de Alonso de Mena (1587-1646), su discípulo. María Elena Gómez Moreno consideró que era de Mena sin especificar fecha. Por nuestra parte, no encontramos en ella la calidad sobresaliente propia de ninguno de estos dos maestros de primera fila, por lo que, cualquiera que sea el obrador en que se hizo, la intervención de oficiales debió de ser considerable. La obra de ambos escultores se caracteriza de forma general por un estilo sosegado, expresiones de arrobo y plegados sencillos. En concreto, las coincidencias con la Santa Catalina de Rojas custodiada en Santo Domingo en Granada son notables: la actitud con la misma tenue contraposición, los zapatos ladeados en el pedestal, la mano derecha que levanta la palma, el manto que cae todo lo largo del lateral izquierdo y se recoge en la cintura para rodearla y desplegarse hasta los pies; boca pequeña, con ejemplos en la Inmaculada de la catedral de Granada, procedente de San Juan de los Reyes o el San Pedro de la parroquia de San Pedro de Granada. Pero también hallamos parecido con el San José de la Capilla Real de Granada y, más aún, con el rostro de Isabel de Borbón en el retrato que hizo en el banco del retablo relicario de esa misma capilla.
El rostro de la Santa Inés se halla algo desfigurado por los deterioros del encarnado, lo que puede ser causa de que no luzca con el debido esplendor. En todo caso, el tamaño es discreto (vara y cuarta de alto), lo que induce a pensar que pudo hacerse como imagen de devoción o para un retablo pequeño. La primera posibilidad tendría fundamento por su acabado en la parte posterior, semejante al de la parte delantera, pero hay más datos a favor de su integración en un retablo, especialmente la peana sin decoración y la existencia de la talla de Santa Clara de este mismo Museo. En todo caso, se trataría de una obra de no mucho empeño ni precio, lo que haría que el maestro pusiera en manos de sus oficiales la mayor parte de su realización. Si ésta tuvo lugar en el obrador de Rojas, podría figurar en sus filas como colaborador Alonso de Mena, que sería luego, al independizarse, el principal seguidor de su estilo; una circunstancia tal justificaría que se observen rasgos propios de uno y de otro artífice. La labor de policromía y estofado podría deberse al taller de Pedro Raxis, colaborador habitual de ambos maestros.
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