Este retrato, impresionante por su realismo, representa a un hombre mayor con el cráneo, completamente rasurado. Mientras que, por lo general, en la escultura de retrato de la Antigüedad lo feo y desagradable en los rasgos de un rostro solía ser suavizado e idealizado, aquí incluso parecen enfatizados a través de la representación de detalles naturalistas. Baste observar las pequeñas venas marcadas por encima de las sienes, el abultamiento de grasa en la nuca, las grandes orejas y los vellos cortos y planos dibujados con líneas incisas en la barba incipiente.
Entre los numerosos retratos masculinos con la cabeza rapada, que hasta finales del siglo XIX fueron interpretados como retratos de Escipión el Africano el Mayor, algunos presentan un lunar de forma ovalada, apenas perceptible, inciso en la frente. En la cabeza del Prado se alcanza a ver este lunar, oculto por una restauración, por encima de la tercera arruga de la frente y algo hacia la izquierda. Respecto a la cabeza rapada, según la tradición era un rasgo caracteristico de los sacerdotes y, en parte, también de los seguidores del culto de Isis y de Serapis.