Fortuny debió realizar esta obra en Granada, después de su viaje al norte de África en 1871. La plasmación real de la escena, tomada ante un muro en el que se aprecian las irregularidades de su construcción. El ambiente típico del lugar, revela una aguda y cuidada observación del natural, y un acercamiento a la atmósfera reposada que preside el clima caluroso de Marruecos.
Este cuadro ingresó en el Museo del Prado como parte del legado de Ramón de Errazu.
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