Las guirnaldas de flores y frutas rodeando escenas religiosas se popularizaron como reacción a las ideas protestantes que negaban el culto a las imágenes. En el origen de este tipo de obras fue fundamental el cardenal Federico Borromeo, arzobispo de Milán, y protector de Jan Brueghel el Viejo. En este cuadro, Jan Brueghel pintó la guirnalda, y Rubens las figuras. Se trata de una sugerente reflexión sobre la equivalencia entre la imagen real y la imagen pintada, puesto que lo que queda rodeado por la guirnalda es un cuadro colgado, y no una escena viva. En 1637 este cuadro pertenecia al marqués de Leganés, un aristócrata español a quien Rubens describió como "uno de los mejores conocedores de arte que hay en el mundo".