Obra muy característica del quehacer del pintor y demostrativa de su forma de interpretar el tenebrismo con ecos corregiescos, de evidente sabor manierista, que resultan especialmente gratos por la temática representada. El ambiente familiar, cargado de recogimiento e intimidad, puede evocar soluciones propias del estilo de Sánchez Cotán, pero su resolución final acaba siendo mucho menos arcaizante.
El gusto por una interpretación blanda y suave de las formas expresa su admiración por el arte de Barocci y las pinturas de Arpino, cuyas obras conocería durante su estancia en Roma. Siempre se subraya su sentido de la morbidez, y en esta ocasión no puede ser más patente, ya que además este lienzo encaja dentro de los que el pintor Jusepe Martínez calificó como "muy amables", procediendo su sistema de iluminación, con rompimiento superior de gloria angélica, del propio Correggio.
El modelo de la Virgen, si estuviese en pie, sería extrordinariamente esbelto, como lo son también las figurillas del último término que contribuyen a subrayar un efecto de movimiento; los ángeles que acompañan el sueño de Jesús o revolotean entre nubes, todos con abultadas melenas, se relacionan muy cerca con los que aparecen en su lienzo de Santa Leocadia (Toledo, catedral). El tratamiento que hace de las telas, muy estiradas y deslizándose blandamente, es el habitual en Cajés, y producen cierta inquietud también por su colorido. Precisamente la mancha de color le debió más que la perfección por el dibujo, y la utilización de un tipo de claroscuro suave, en la misma línea de Maíno, envuelto con aspectos venecianos, da como resultado un efecto próximo a Lanfranco, pero sin su corrección.
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