María Magdalena contempla un crucifijo que sostiene con la mano izquierda, mientras dirige su mano derecha hacia el pecho, indicando su amor y devoción hacia Jesucristo. Su expresivo y afilado rostro, la mirada triste y la boca entreabierta quedan enmarcados por la larga cabellera que le cae sobre la espalda, los hombros y el busto. El movimiento iniciado por su pie izquierdo queda suavizado por un áspero y rígido hábito de palma, que oculta la anatomía de la santa.
La obra es uno de los mejores ejemplos del lenguaje realista cargado de emoción y religiosidad de la escultura barroca española. El éxito de las representaciones de la Magdalena durante el siglo XVII fue enorme, como personificación del concepto de arrepentimiento cristiano. Pese a ser una iconografía poco utilizada en la escuela andaluza, tuvo gran aceptación en Castilla, conociéndose varios ejemplos similares.
Fue realizada para la casa profesa de los jesuitas de Madrid, durante un viaje que Pedro de Mena realizó de Granada a la corte a mediados de los años sesenta.