Las escenas de interior con campesinos o labriegos en diversas actitudes, cantando, fumando, bailando o bebiendo, son frecuentes en la obra de Adriaen van Ostade. Eran la continuación de una tradición presente en la pintura nórdica desde el siglo XVI, en ocasiones cargada de crítica a los vicios y placeres mundanos, utilizando para ello argumentos secundarios como la plasmación de los cinco sentidos.
Sin embargo, en las obras de este autor, la acción o narración es menos importante que la representación de diversos estados psicológicos o de sentimientos como alegría, embriaguez, etc. A ello contribuye una utilización particular de la luz, con focos muy dirigidos, y frecuentes recursos de claroscuro.
Las cuatro tablas que conserva el Museo (P2121, P2122, P2123 y P2126) son ejemplo del quehacer artístico de van Ostade en la década de los años treinta, en la que solía colocar las figuras delante de un fondo plano, sin utilizar aún las diagonales que caracterizaron su obra posterior. Por las mismas fechas también dotaba a la escena de una sensación atmosférica muy marcada, protagonizada por un uso muy restringido del color.
Las pinturas pertenecieron a Carlos IV, y están documentadas en 1818 en el Palacio de Aranjuez, de donde ingresaron al Museo del Prado hacia 1828.
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