Retrato de la infanta Margarita, hija de Felipe IV (1605-1665), rodeada de su servicio o “familia” en una sala del Alcázar de Madrid.
El cuadro más famoso de Velázquez encierra una compleja composición construida a partir de una admirable habilidad para el uso de la perspectiva, de la plasmación de la luz y de la representación de la atmósfera.
Las interpretaciones sobre el tema y la plasmación del mismo han sido múltiples. Las más numerosas subrayan la reivindicación de la nobleza de la pintura frente a las prácticas artesanales. Velázquez se autorretrata pintando el propio cuadro a la izquierda del lienzo, afirmando así la supremacía del arte de la pintura. La infanta Margarita (1651-1673), vestida de blanco, aparece rodeada en el centro de la composición por sus damas de compañía, las “meninas” María Agustina de Sarmiento e Isabel de Velasco, dos bufones de la corte, María Bárbola y Nicolasito Pertusato, y un perro mastín. Detrás de ella, aparecen conversando un guardadamas, la dueña Marcela de Ulloa, y, en la puerta, al aposentador José Nieto.
Los reyes, Felipe IV y Mariana de Austria (1634-1696), se reflejan en el espejo del fondo, dando lugar a un juego espacial de extraordinaria complejidad.
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