El dibujo ha sido hasta ahora fechado en la década de 1630, basándose, fundamentalmente, en la relación temática que se establece con las epidemias de cólera y lepra que padeció la ciudad de Nápoles en esos años. Sin embargo parece más adecuado relacionar este dibujo con la producción tardía del artista, con la que guarda más similitudes estilísticas. Mientras que los dibujos de la década de 1630 se caracterizan por un empleo muy preciso de la línea, ya sea trazada a lápiz o pluma, y por un uso muy matizado de las aguadas, con variedad de tonos para conferir los efectos de volumen y luz, los de la década de 1640, con los que se relaciona mejor, muestran una ruptura de la línea, provocando contornos mucho menos precisos y por tanto más nerviosos, al tiempo que el uso de las aguadas adquiere una mayor densidad, con menor transparencia y matices tonales, y por tanto confiriendo efectos más dramáticos de luz y sombra. Tal es el caso de este dibujo, estrechamente relacionado con la Mujer con un niño en brazos seguida de otro niño y un perro (colección particular), con el que presenta muchos parecidos formales y compositivos, como por ejemplo el semejante modo de dibujar las piernas del niño. Por otra parte, la ocupación casi total de la superficie del papel por las figuras se relaciona igualmente con alguno de los dibujos de este periodo, como el Martirio de San Bartolomé (Nueva York, The Pierpont Morgan Library) con el que también comparte aspectos estilísticos. El dibujo ofrece otras de las características habituales de los diseños de Ribera: figuras de alargadas proporciones, cuerpos dislocados, con escorzos acentuados, que en ocasiones provocan incorrecciones formales que se ven acentuadas por el uso extremo de la aguada. De este modo aparecen fuertes efectos de sombreado que impiden representar con corrección la perspectiva o el orden anatómico, como es el caso de la figura contrahecha del anciano, acentuando de este modo el carácter dramático de la composición. La libertad creativa de Ribera, puesta de manifiesto sobre todo en su faceta de dibujante, hace que su obra se mueva en distintos terrenos, desde la observación de la realidad que le lleva a representar escenas de la vida cotidiana o estudios de caracteres humanos, a composiciones más imaginativas en las que los cuerpos se distorsionan y deforman para alcanzar cierto tono grotesco. Por eso es difícil en ocasiones determinar el sentido último de algunas de sus composiciones. Por un lado la presencia de elementos realistas, como el viejo tirando del carro remiten a la observación y representación de la realidad diaria, en la que la muerte está presente de forma cotidiana; por otra parte la inclusión de un niño que sostiene un molinillo de papel y unos imprecisos objetos en sus brazos -¿unos troncos?- , aluden quizá a algo más que un simple juego de niños. El molinillo, siguiendo la iconografía tradicional fijada por Ripa, aparece asociado a la inconsciencia y la locura, tal y como hizo Manuela Mena al comentar el dibujo que ahora está en la Colección Abelló, en el que también aparece un niño con el mismo juguete. Bajo este planteamiento el dibujo se podría interpretar como una alegoría de la muerte y la locura, simbolizada por el niño que, desnudo, camina portando un molinillo de papel, incapaz de emitir sonido alguno que avise de la proximidad del cadáver transportado por el viejo. La muerte aparece representada de forma elocuente a través de la figura del anciano harapiento que tira de un carro en el que es posible adivinar solamente por sus pies, un cadáver llevado a extramuros de la ciudad para su entierro. Otra interpretación puede ser la mutabilidad de la vida, en el paso de la inconsciente infancia a la dura realidad de la muerte. Pero también es posible que el dibujo no tenga tanto un carácter alegórico como que se trate simplemente de la plasmación de su suceso cotidiano.