Griegos y romanos veneraban al Sol como dios de los juramentos y de la justicia, porque era el ojo y la luz del día y veía todo lo que pasaba en el mundo. Además, como era la estrella más luminosa del cielo, a partir de la época helenística algunos lo consideraban también como divinidad suprema. Pinturas y relieves con Helio demuestran que la diadema colocada sobre los rizos ondulantes de esta cabeza es el nimbo luminoso de Helio; muy probablemente el mármol estaba pintado y lucía en blanco o azul celeste. Detrás de este disco emergían siete rayos de metal dorado, que estaban anclados en agujeros que todavía hoy son visibles. Por otras réplicas sabemos que la cabeza pertenecía a un busto del dios como auriga, conduciendo el carro solar por el cielo. Un busto parecido de Alejandría indica el origen y la datación tardohelenística de la escultura. Aun habiendo sido muy retocada en tiempos recientes, la piel suave y los ojos grandes de la cabeza del Prado sugieren una datación de finales del periodo helenístico o de época julio-claudia del Imperio romano.
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