En tiempos del emperador Maximiliano, el diácono Sebastián fue torturado y finalmente precipitado a la Cloaca Máxima de Roma. El Emperador, esperaba así que no fuera encontrado por los cristianos y considerado un nuevo mártir. Sin embargo, mediante un sueño, la beata Lucina alcanzó a saber dónde se encontraba el cuerpo y junto con algunos de sus criados lo llevó a las catacumbas para ser enterrado en una cripta junto a los cuerpos de los Apóstoles.
El cuadro ilustra la última parte de la historia del martirio y enterramiento de San Sebastián. La luz cenital que emplea el artista confiere un siniestro pero eficaz ambiente lúgubre, apropiado para la historia, a la vez que ilumina el grupo central de la composición. El modelado de las figuras, abordado desde un fuerte clasicismo academicista, dota a la escena de una mayor solemnidad.
La obra obtuvo la primera medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1878. Adquirida para el Museo del Prado, pasó posteriormente al Museo de Arte Moderno.
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